La Ruta Caribe: llevar el aborto y la sexualidad al corazón de la costa

Durante una semana, Jacarandas recorrió Cartagena, Barranquilla y Santa Marta para encontrarse con colectivas, juventudes y comunidades que construyen feminismo desde el Caribe. Les cuento cómo fue llevar talleres de aborto, sexualidad y derechos a la región a más de 500 personas, y qué nos trajimos de vuelta: aprendizajes, vínculos y una certeza profunda de que descentralizar no es solo llegar, sino quedarse escuchando.

Aborto
Sexualidad
16/6/2025
Laura Camila Gutiérrez Acuña

En Jacarandas siempre hemos tenido claro que nuestro trabajo no puede quedarse solo en las redes sociales ni en las ciudades principales. Desde 2022, cuando creamos nuestro jingle radial con la frase “¿Necesitas un aborto? En Jacarandas te acompañamos", supimos que llegar a territorios era más difícil de lo que parecía: una de las emisoras a las que lo enviamos lo rechazó, argumentando que el mensaje era "inapropiado".

A pesar de esos obstáculos, no dejamos de intentarlo. En 2023 comenzamos a tejer una red de colectivas feministas que ya hacían trabajo territorial. En dos años, hemos conectado con casi 30 colectivas, desde Nariño y el Valle del Cauca hasta Montería. Soñamos con tener al menos una colectiva aliada en cada departamento, aunque por ahora estamos mayormente asentadas en la Cordillera de los Andes.

Este año, dimos otro paso hacia la descentralización: inauguramos nuestra sede en Cali —no una oficina física, seguimos siendo remotas— pero sí un anclaje simbólico que reafirma que Jacarandas es un proyecto nacional, con varias miembros de Jacarandas permanentemente en la ciudad. Hoy, la Línea Jacarandas ha llegado a los 32 departamentos del país. Tenemos al menos una consulta registrada desde cada rincón: desde el Vichada hasta Nariño, desde la Amazonía hasta La Guajira.

Porque sí, en la Línea Jacarandas no solo respondemos dudas sobre sexualidad: también asesoramos, enrutamos y hacemos veeduría sobre las barreras al acceso digno del aborto en Colombia. Por eso, continuamente nos repensamos cómo llegar mejor a los territorios que enfrentan más obstáculos.

¿Y el Caribe?

Sabíamos que teníamos una deuda con la región Caribe. Aunque en la Línea hemos recibido 326 consultas desde Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Valledupar, Montería y Sincelejo, sabíamos que eso no era suficiente. En promedio, las personas que nos contactan desde esta región tienen 21.6 años, 6.8 semanas de gestación y pertenecen a estratos socioeconómicos bajos (1.7). Queríamos conocer, escuchar y articularnos con las colectivas que ya trabajan en estos territorios. Y también queríamos llevar información sobre aborto, sexualidad y derechos a esta zona del país.

Así nació la Ruta Caribe.

Durante una semana, visitamos tres ciudades: Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. A la cabeza de esta pequeña expedición íbamos dos: yo, como coordinadora de movilización social de Jacarandas, y Claudia Córdoba, trabajadora social, lideresa de juventudes y una mujer con amplia experiencia en trabajo comunitario y afrocentrado. Desde el principio supimos que no queríamos simplemente “llevar información”, sino co-crear espacios con quienes ya habitan, resisten y transforman estos territorios.

Un mes y medio antes de viajar, comenzamos a reunirnos virtualmente con colectivas y activistas locales. Al principio, como siempre, todo fue cauteloso. Pero poco a poco se fue abriendo la confianza y la posibilidad de armar juntas una agenda viva, horizontal y situada.

Cartagena: más allá del casco histórico

Nuestra primera parada fue Cartagena. El mismo día que llegamos, realizamos nuestra jornada “Párchate por tus derechos” en una de las sedes universitarias más lindas que he conocido: la Sede San Agustín de la Universidad de Cartagena, un edificio patrimonial que alberga carreras como Derecho, Trabajo Social y Comunicación Social; esas carreras donde la palabra —y no el cálculo— es la herramienta principal.

El espacio fue posible gracias a UniCartagena Unida, el Movimiento de Mujeres Negras Barriales y Periféricas, Semillas de Wiwa —que llegaron directamente desde Palenque— y la Juntanza Feminista y Diversa. Abrimos la jornada con un taller de mitos sobre la menstruación a cargo de la Juntanza; luego dimos nuestro taller sobre aspectos esenciales del aborto; y cerramos con un telar colectivo facilitado por Semillas de Wiwa.

Esperábamos 50 personas. Llegaron más de 70. Las 60 sillas disponibles no fueron suficientes: hubo que abrir espacio en el salón y muchas personas se sentaron en el piso. El calor no fue protagonista: lo fueron las preguntas, la escucha activa y el deseo colectivo de aprender. Pasar del activismo online al offline es valioso porque rompe con la lógica extenuante de los números y nos devuelve a lo esencial: el encuentro, la conversación, el cuerpo presente.

Al terminar, cerramos la jornada con jugo de corozo en bolsa y fritos en una esquina, camino a Getsemaní donde nos hospedábamos. Como toda visita que deja huella, prometimos volver.

Barranquilla y Soledad: feminismo en red

De Cartagena a Barranquilla hay dos horas por la Ruta del Mar. El trayecto se sintió corto, aunque íbamos agotadas. Al día siguiente nos esperaba una jornada intensa. Empezamos en el megacolegio Villas de San Pablo, gracias a la gestión de Valentina Castro —la “Seño”, como le dicen sus estudiantes—. Allí dimos nuestro taller de educación sexual a dos grupos de grado once. Valentina nos había advertido: “no lo hagan al mediodía, con este calor nadie pone atención”. Y tenía razón.

A las 8:30 a.m. empezamos. El taller avanzó desde el consentimiento y las “red flags” del amor romántico hasta la sexualidad y el aborto. Al principio costó romper el hielo, pero pronto empezaron a participar y cuestionarse. Cuando se trata de juventud, la clave está en cómo preguntas, no solo en qué enseñas.

De ahí nos movimos a Soledad, a unos 40 minutos de Barranquilla. La jornada de la tarde fue distinta: una feria pedagógica en el Politécnico Femenino de Soledad, organizada con más de 12 colectivas. Cada una tenía un stand distinto: menstruación, afrofeminismo, identificación de violencias, arte y más. El espacio fue diverso, potente, intergeneracional. Rotaron varios cursos y alcanzamos a más de 200 estudiantes.

Barranquilla nos recordó que, mientras algunos discursos conservadores insisten en que el feminismo “ya pasó de moda”, muchas mujeres jóvenes, después de estudiar o trabajar, siguen apostándole a esta lucha colectiva.

Santa Marta: cuando también llueve en la costa

Santa Marta nos recibió con lluvia. El viaje desde Barranquilla lo hice sola con el conductor y una señora que parecía seria hasta que me vio regar el suero costeño de una yuca con queso que había comprado. Sin decir nada, me pasó su pañito húmedo. Un gesto mínimo, pero contundente. Me sentí bienvenida.

Y es que ser del interior se nota. No por el trato —al contrario, nos recibieron con los brazos abiertos—, sino por el lenguaje. Acá todo lo que no sea de la región es “cachaco”. No importa si vienes de Bogotá, Medellín o Cali. Y cuando dicen “el interior”, no es solo una señal geográfica: es una denuncia. Porque sí, casi todo se hace en el interior, y a veces, muy poco llega hasta aquí.

Aun así, llegamos. Junto a Híbridas, Afroditas y ACEU Magdalena creamos una jornada para parchar y aprender en el Centro Comunitario La Magdalena, en la comuna 3. El plan: un taller, una actividad creativa colectiva y un cierre con twerk. Llovía, pero llegaron más de 60 personas. Muy jóvenes. Diversas. Con ganas de estar.

Aunque no pudimos usar el patio —ese típico patio costeño con palo gigante y sombra fresca—, el resto de la casa fue suficiente. Híbridas propuso una actividad hermosa: ¿cómo suena un espacio seguro? Por grupos, grabaron sonidos sin hablar. Salieron pájaros, lluvia, perros, meditaciones. Cerramos con dancehall, porque el cuerpo también es político.

El cierre no fue el fin

Volvimos con la frase que tantas veces se repite: “superaron las expectativas”. Pero más allá de eso, volvimos con algo más valioso: el testimonio vivo de que sí se puede hacer feminismo sin extractivismo, sin imponer agendas desde el centro, sin llegar como quien trae una receta mágica.

Nos llevamos el calor —humano y climático—, el modo directo con el que se habla en la región, y el agradecimiento genuino de quienes nos abrieron sus dinámicas, sus casas, sus tiempos. Esta Ruta Caribe no fue una intervención ni una campaña: fue un aprendizaje en movimiento.

Volvimos sabiendo que no basta con llegar una vez. Que el trabajo territorial no se improvisa. Que a veces hace falta un pañito húmedo, una fritura en la esquina o un palo de sombra para entender qué significa de verdad acompañar.

Y volvimos, sobre todo, con la certeza de que el Caribe no solo tiene mucho que decir: ya lo está diciendo. Solo hay que saber llegar para escucharlo.

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